miércoles, 21 de octubre de 2009

el reencuentro con Gertrude Vernon


La ciudad de Edimburgo me pareció encantadora, una hermosa atalaya con un color gris dominante salpicado de verde.
Y cuando entré en la National Gallery of Scotland y recorrí sus salas...



estuve pensando mientras paseaba entre los cuadros, que aquel museo tenía bastante de provinciano, que había pocos vigilantes y que entrando en comparaciones, España parecía un país mucho más moderno.
Entré en una reducida habitación en la que todo estaba dominado por una sola imagen, la de Gertrude.
Gertrude, sentada -en una postura desenfadada- en un sillón rococó, recortándose ambos elementos ante una tela de color azul con decoraciones florales.
Su mirada se dirigía hacia mí, estableciendo cierta complicidad.
Miré el nombre del artista y leí Sargent; pude apreciar que su pintura se interesaba por las calidades de las telas y la dama tenía un glamour que yo había podido apreciar en las obras de Sorolla y de Monet.
La pincelada rápida y ligeramente empastada, me hacía recordar el estilo de los impresionistas y como no, de Velázquez. Los tonos empleados -rosas, turquesas, blancos- armonizaban, creando un atractivo juego de luces y sombras. Me detuve en los detalles, su mano derecha, con una flor entre los dedos, descansando de manera delicada, y la izquierda, con una pulsera dorada, cayendo de forma lánguida en el brazo de la butaca.
Pero fue su mirada la que me detuvo en la sala, una mirada de la seguridad en una misma, en una clase, en un destino, en la sabiduría de que nada de lo que esté por venir turbará el bienestar.
Estuve indagando en la obra y supe que se llamaba Gertrude Vernon, aunque muchos la conocían por Lady Agnew of Lochnaw. Su retrato lo pintó, entre 1892 y 1893, un americano nacido en Florencia, un tal John Singer Sargent (1865-1925). Al poco tiempo, pude volverla a ver en el museo Thyssen-Bornemisza, junto a otros cuadros de su autor y del español Sorolla.
Allí estaba ella, mirándome desde su butaca tapizada de marfil y flores.

6 comentarios:

  1. Gracia por dejarme la dirección te enlazo para seguirte y leerte siempre.. es un gusto leer tus comentarios. se agradecen y aprecian mucho..


    Un abrazo
    Saludos fraternos...

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  2. Hola Pilar: por lo que se ve en el retrato, Gertrude Vernon no es una damita elegante cualquiera, tiene mucha personalidad y fuerza, además de estar el cuadro exquisitamente pintado.

    Un abrazo

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  3. Me gusta el delicado cuadro de Gertrude Vernon, pero lo que me fascina es como explicas tu aventura por el Museo, lo que sientes en él y tu contacto con la modelo del cuadro a través de su mirada y su candor. ¡Es tanto lo que pueden comunicarnos los buenos cuadros de los pintores! Un gran beso.

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  4. Hasta mañana o pasado no comentaré el post,Pilar...pero...acabo de llegar de Inglés y he dicho...voy a mandar besitos para Aranjuez....

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  5. Es precioso el cuadro. Recuerdo otro de Sargent que nos pusites de las hijas de un acomodado americano. Un bellísimo cuadro de niñas hermosas, jarrones y alfombra maravillosos, tan elegante y sereno como éste.

    Sargent parece que pintaba muy bien la burguesía, la comodidad, la elegancia, los valores de la clase media.

    Pero también parece que le importaba mucho, "la personalidad", mostrar que esa "clase" estaba asentada sobre valores morales y éticos importantes.

    Gertrude es elegancia y belleza....pero sobre todo es personalidad. Su mirada y su sonrisa son encantadoras. Al mirarla ves que no te mira a tí, que mira hacía arriba, y mira fijamente, con ilusión, con interés, incluso con coquetería....Gertrude mira al pintor...mira el arte del pintor...es a él a quien mira, y a quien sonrie, al arte.

    Eso al menos, me ha parecido a mí.

    Bellísimo post Pilar, un beso

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